domingo, 23 de diciembre de 2012
martes, 18 de diciembre de 2012
miércoles, 12 de diciembre de 2012
Los amorosos ( NUNCA NADA MEJOR DICH0)
Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.
Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.
Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.
Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.
Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre -¡que bueno!- han de estar solos.
Los amorosos son la hidra del cuento.
Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.
En la oscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.
Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago.
Los amorosos son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo.
Los amorosos salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en el amor
como una lámpara de inagotable aceite.
Los amorosos juegan a coger el agua,
a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.
Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.
Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
a mujeres que duermen con la mano en el sexo,
complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida,
y se van llorando, llorando,
la hermosa vida.
Jaime Sabines
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.
Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.
Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.
Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.
Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre -¡que bueno!- han de estar solos.
Los amorosos son la hidra del cuento.
Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.
En la oscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.
Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago.
Los amorosos son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo.
Los amorosos salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en el amor
como una lámpara de inagotable aceite.
Los amorosos juegan a coger el agua,
a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.
Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.
Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
a mujeres que duermen con la mano en el sexo,
complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida,
y se van llorando, llorando,
la hermosa vida.
Jaime Sabines
lunes, 3 de diciembre de 2012
experimentos en los cojines negros"
experimentos en los cojines negros"
El edificio tenia los pisos mojados y ese clásico olor a limpio reciente, el ascensor, tardo en llegar, mejor dicho ni se apareció.
Ella de ansiosa subió en un respiro aquellos escalones extraños que la conducían a eso que nunca había pasado.
Su mente razonaba todas aquellas cosas por las cuales no debía seguir el ascenso, sus impulsos eran los contrarios.
A esta altura de la vida y de la escalera, ella ya no hacía caso desde hace rato a lo que la racionalidad le planteaba como su realidad.
Acostumbrada a satisfacer sus deseos e impulsada por sus demonios trepo el último escalón y estiro la mano.
El timbre retumbo en su tímpano como el eco de gritos lejanos.
Se abrió la puerta de improviso, haciendo caso inmediato al sonido emitido o a los latidos del corazón de ella.
-Hola
-Hola caballero.
La charla se dio como siempre con la naturalidad de dos mentes
Compatibles.
Nerviosismo se mezclaba en el aire, junto a las interesantes ideas que cada uno se esmeraba por esbozar.
Interiormente, cada uno, guardaba en realidad, sus más íntimas intenciones.
Las cuales, como quien dice, no estaban tan claras o tan certeras hasta que surgió la escusa perfecta de ella, seguirlo a la cocina, cuando él, acertadamente en la cumbre de un silencio filoso, decidió que era el momento de tomar algo.
Le dio la espalda inocente, camino.
Giro con las bebidas en la mano.
Y allí lo esperaba, ella, para probar su boca, por primera vez.
No fue algo precipitado, tampoco inesperado por él.
Hasta le pareció a ella que su acción, fue pacificadora y agradable.
Las bocas se juntaron, las lenguas y las manos. Un sinfín de sensaciones, acompañaba el jugueteo indecente de los demonios internos de ambos.
Los minutos pasaban lento en un gran reloj negro, los números dorados se cambiaban de lugar para jugar con el tiempo y el espacio y hacer eternos esos momentos tan esperados.
Y como quien no quiere perderse ni un respiro ya estaban conociendo sus cuerpos, entendiéndose en el silencio, ahora sí, en estos nuevos silencios sin filos ni abismos, cargados de humedades y emociones.
No tenían nada planeado, así que su encuentro transcurrió ahí, entre el brillo de algunos monitores, los números de ese reloj rebelde y unos cojines negros que tentadores, fueron ubicados estratégicamente.
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