Me llamo esta cara que me precede
y un nombre
y una voz más allá que no es la mía.
Me llamo
mañana tengo que levantarme temprano
y no me alcanza el tiempo.
Ir y venir,
otra vez irme
-esa tritísima impresión de renuncia,
de estar yéndose de todas las cosas-,
y de pronto un amigo.
Pero también soy
algún sueño que me dibuja,
la noche
que me pesa hasta tropezar con mi piel,
el blanco sol de invierno
despertándome a la dulzura.
Soy
cada última esperanza,
el minuto ansiosamente perdido
-de pronto demorarse a pesar de-,
el ocio aunque breve,
recordar flores, hojas, algún momento,
lo que acaso pueda salvarme
de una ciega costumbre,
de los inevitablemente muebles
que se organizan y dibujan esta casa
con la apariencia de para siempre.
Alguien,
a veces pienso que ya todos
sienten esto mismo,
y no sé cómo encontrarlos
-no sé dónde están-,
aunque existen y un día huyen.
Pero hay que volver,
repetir pacientemente lo mismo,
pensar que así debe ser:
estrechar manos, entregar saludos, sonreír,
atravesar la palidez de ciertas fechas,
cartas de mi mayor consideración...
Quizás aquel hombre veloz por la vereda,
un hombre acompañado de alguna pared,
un hombre perdido en una hilera de hombres,
asomado a una ventana, a veces al río,
un hombre que mira vagamente hacia arriba...
Me entrego a este mundo
que me llama de algún modo,
que me clasifica,
me adorna
y destruye
sin preguntarse:
¿Qué ocurre detrás de una cara?
Betina Edelberg (Buenos Aires, Argentia, 1921-2010)
de Imposturas, Selección Emecé de Obras Contemporáneas, 1960
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