No sé porqué aún me enfurecen
cierto tipo de individuos;
será por la falsedad que intuyo
bajo la filosofía barata
de intelectual autodidacta,
de rebelde sin causa conocida,
porque me asquea ese rol
de atormentado permanente,
de adicto al remordimiento,
papel que, según parece,
valida automáticamente
las más descabelladas excusas
para justificar lo injustificable,
o porque me sacan de quicio
las listas de afrentas vitales,
las terribles circunstancias
a las que tienen que adaptarse,
estos especímenes concretos.
Conozco ese corazón,
sé de sus miedos,
y ninguno es tan insoportable,
tan diferente a los del resto;
pero les concedo el arte
de interpretar el cuento de la pena
con rigor, sin que se note el regodeo,
y su existencia resulte dura,
su mundo interior complicado.
Y todo eso solo porque en el fondo les fastidia
lo que cualquiera con dos dedos de frente sabe;
que en realidad, lo verdaderamente difícil
es empeñarse en ser feliz.