lunes, 16 de agosto de 2010
Jorge Luis Estrella
ABSURDO
Estoy en mi cama
y veo dibujarse las figuras
de una mujer desnuda y una computadora.
Otra mujer entra con los cabellos blancos
y un antifaz de zorra.
El silencio se enreda en los tilos
de un camino que conduce al placard
donde están mis polillas.
Una cigüeña deja un recién nacido en mis brazos.
La mujer zorra se lleva al recién nacido
y entre mis brazos florece una magnolia.
La mujer desnuda me despoja de la flor
y se la ofrece a la computadora.
Un ser invisible juega a la rayuela
cerca de la ventana.
Un gorrión oficialista hembra
se sienta sobre los bigotes de un gato amarillo.
Una tía entra preguntando de quién es tía.
La cigüeña y el gorrión cantan, a dúo,
un solo de calandria.
Mi mano derecha cambia de sitio con la izquierda
y paso a ser diestro por un rato.
El ser invisible, luego de contemplarse en el espejo,
baila con los senos de la mujer desnuda
un pasodoble triple.
Mi cerebro soluciona
Mi médico me visita por teléfono
y me dice que me siento mal
porque estoy bien.
Una paloma cruza por mi ángulo de visión.
El filo del silencio ha cortado la punta de mi dedo
Y le pongo una curita de música barroca.
Los ojos de la mujer zorra se miran a sí mismos.
Mi pullover importado sufre un ataque de epilepsia
y es atendido por una percha criolla.
El recién nacido mira la sombra de los días.
Los árboles pintanuna arboleda otoñal.
La tía opina que ahora hay más.
La mujer desnuda entra en mi cama.
La computadora huele a magnolia
EN UN BAR
Estaba yo en un bar
cuando entró un santiagueño arrastrando
su complejo de Edipo.
Buscaba a la madre tierra
la que hacía más de un siglo
que acababa de mudarse
al potrero de la otra cuadra.
Pensé en mi madre
y me clavé un diente del peine
que estaba usando como tenedor
de libros.
Una rubia se me sentó al lado
y, mirándome con lujuria,
me dijo que se estaban cayendo
las bolsas del mundo.
No sabiendo yo a qué bolsas se refería,
recordé que a mí se me había caído
una bolsa de cemento arriba del dedo gordo.
Grité
como si me estuviese pasando en ese instante.
La rubia se sobresaltó y se convirtió en morocha
y, como a mí me gustan las morochas,
la invité a bailar
pero ella me dijo que era huérfana
y, en lugar de bailar,
lloramos.
En eso, y por mera casualidad,
llegó un pañuelo recién planchado
que nos fue muy útil.
Yo no tenía nada de sueño
y pedí otro vaso de sólido
porque no me gustan los líquidos
y me quedé mirando un cuadro
de situaciones bastante complicadas.
Aún los cuervos no graznaban en occidente
cuando entró un policía
y, luego de saludar a todos,
me llevó a mi casa.
Allí, mi mujer
me tomó las huellas dactilares,
me desnudó,
me encerró en una celda
y se llevó las llaves.
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